A veces, no damos razón de nuestra esperanza sino de nuestras teorías, es bueno recordar en Is. 6, 13, a un pueblo que está realmente desanimado, porque ha llegado la deportación a Babilonia; “un pueblo en el cual los médicos se fueron a Chile”, “los de clase alta se fueron a España”, este pueblo dejó unos cuantos pobres, los “anawin” y el resto se marcharon o los mandaron. Entonces aparece la necesidad de aunar a este pueblo, que se siente devastado, cortado en su propio yo, en su esencia.
Isaías habla del tronco de Jesé, del tocón de Israel, porque en las raíces hay vida, la esperanza no está en lo que otros hagan con nosotros, sino en las “raíces” donde estamos ubicados, la esperanza no está en lo que nosotros hagamos más o menos grande, o en la estructura de América Latina, tampoco está en una estructura nueva, la esperanza está en la “raíz”, esa “raíz” puede hacer brotar un pueblo nuevo, la espiritualidad del tocón es algo que nosotros necesitamos, porque si no, nos puede pasar que vivimos contemplado la realidad, analizando lo que vemos, siendo más o menos objetivos, sociológicos, psicológicos, teológicos…, pero falta un pequeño detalle, la vida, la vida que Dios ha puesto en nuestra “raíz”, porque hablamos de lo que vemos y no de lo que Dios hace en mí, hablamos de lo que hacemos, de lo que debemos hacer y no hacemos, y nunca hablamos de lo que Dios ha hecho en mí y sigue haciendo en nosotros, ahí está la esperanza.
Desde aquí es posible construir, reconstruir una VR SS.CC. significativa, porque más que defender objetivos, estamos creando nuevas relaciones, que sean fraternas. Necesitamos una VR que esté siempre en “germinalidad”, algo que parece muy bonito y que uno aprende desde lo sencillo, lo cotidiano que se va transformando en grande, no hay que crear cosas grandes para transformar el mundo, aunque hay gente que vive la germinalidad, desde la experiencia testimonial.
Hoy necesitamos también pasar por la kénosis, esa experiencia del siervo sufriente de Dios en la cruz, hay tantos hombres y mujeres que aprenden a sufrir. Jesús aprendió sufriendo a obedecer, a amar, a vivir, a creer. Como el crisol purifica el metal, el sufrimiento purifica el amor, por eso no se puede entender la esperanza sin el sufrimiento; si alguien rehúye el sufrimiento es normal, pero si no lo afronta nunca podrá tener esperanza. Si ustedes mujeres han aprendido a sufrir, tal vez tengan esperanza, porque seguimos a alguien que sufrió y por eso traspasó las fronteras del mal y nos introdujo en la esperanza de la resurrección.