Hemos recibido y compartido un amor encarnado en la vida eucarística, sin duda el amor cuando es recibido, compartido y encarnado, es contagiado, entonces aparece la misión profética que es de quien contagia ese amor recibido, compartido y encarnado, pero falta un paso para que ese amor sea entregado, de ahí viene el darse dando vida martirial, ese es el pequeño detalle que puede o no avalar la vida interior; me atrevería a decir que no hay religiosas/os Sagrados Corazones, si no hay mártires.
Para lograr vivir este amor hay que estar en actitud de búsqueda permanente, inquieta, ansiosa, inconforme, yo creo que es una de las características capuchinas, nunca estamos del todo contentos, nunca estamos del todo satisfechos, siempre estamos buscando, siempre hay que renovarse, porque uno está comenzando siempre. No esperar el tiempo de morir, para decir comencemos hermanos, porque hasta ahora poco o nada hemos hecho. La búsqueda es lo que nos hace vivir la inestabilidad, pero a la vez es una gran oportunidad de ser creativos, de liberarnos, (no ser lideresas, si nos comprenden bien, si no también, si nos siguen bien y si no también), sino, estar dispuestos a revitalizarnos, porque ya que hemos sido convencidos por Jesucristo y hemos sido conmovidos por su amor, ahora nos falta solamente plantar el árbol, cada uno, y eso hacerlo con esperanza.
Plantar un árbol y esperar que crezca es confiar en el poder de la vida, es la esperanza, de que la vida triunfe, es lo que quiere hacer todo el mundo, yo no sé si esta es una época para plantar árboles, tener la paciencia o la esperanza de descubrir que hay vida en un árbol cortado, que en el tocón brote un renuevo, que el árbol aparentemente muerto, viva. ¿Cómo hacer para que la esperanza se mantenga a pesar de, parecer, que estamos muriendo?, la VR se queja de eso todos los días.
Toda esperanza tiene que pasar por algo de sufrimiento. San Pedro dice que hay que dar razón de nuestra esperanza, porque vivimos en un ambiente que nos lleva hacia la ilusión o la desilusión, pero no a la esperanza; vivimos en un mundo en que siempre nos ilusionamos con algo y luego cuando no lo obtenemos nos desilusionamos. La fe nos lleva a algo más, que es la esperanza, es el triunfo de la vida, es haber descubierto los secretos de Dios, ciertamente, Él nos toma de la mano, porque Él nos da la vida. 1ª Pedro 3, 13-17.