Lo mejor que puede pasar en el desierto es releer nuestra historia, pero sobre todo es devolveremos a la utopía de la VR, si no hay utopía, una religiosa está condenada a ser infiel a su vocación, el realismo es el fatalismo de lo que vive, la utopía es el sueño de aquello que lucha por querer vivir, por eso, estamos en un capitulo, no por lo que somos, sino por lo que queremos ser. Hay que reconocer que en toda esta historia hay una utopía que es la de Jesús; salimos del desierto y nos encontramos en Lc. “El Espíritu del Señor está sobre mi, me ha ungido para anunciar la buena nueva a los pobres, para liberar a los oprimidos”, y ciertamente ya se está cumpliendo. En Mc. Cap. 1 dice: “El reino de Dios está cerca, conviértanse y crean en el evangelio”. Un retiro y todas las introducciones al capítulo es retomar la utopía, y esa utopía pega tan fuerte que conforme vamos caminando y caminando, a veces con dudas y dificultades, llegamos al otro paso, del desierto al Tabor.
Jesús se retira a orar básicamente en estos dos lugares, en el desierto y en el monte. Jesús al desierto va solo, pero al Tabor en comunidad, porque su utopía solo puede ser realizada con otras personas, Jesús no va solo. Dios nos invita a participar de esta misión de Jesús. Que bueno, ya no es uno, ya somos muchos, es una comunidad, porque ustedes y yo estamos representando a otras personas, aquí, caminamos juntos, vamos al Tabor y el Tabor es un lugar también de encuentro de relectura de nuestra historia, pero aquí hay una característica diferente y una de ellas, -como dije-, estamos ya en comunidad.
Una comunidad representada por Pedro, Santiago y Juan. Que son los tres grupos que siguieron a Jesús, grupos de Iglesia que estaban en conflicto: el grupo de Juan era los de la diáspora, el grupo de Pedro los que hacían cálculos, el de Santiago recibiendo palos de aquí y de allá, representa a todas las comunidades diversas que encuentran dificultades de integración y además representa a una comunidad que no siempre es bien acogida en el mundo.