2.DE LA ESPERANZA
“La mujer cuando va a dar a luz, siente tristeza porque llega su hora, pero cuando ha dado a luz un hijo ya no se acuerda de la tribulación, por el gozo que tiene de haber traído al mundo una vida”. (Jn. 16, 21,)
Hablar de esperanza es hablar de la vida. En la mañana, decíamos, que nosotros necesitamos fortalecer una espiritualidad: desde abajo, del encuentro, la comunión, la misericordia, una espiritualidad que nos centre en la persona de Jesús y en su PALABRA, y que esta espiritualidad nos mueva con un talante profético, desde y hacia los pobres y excluidos, desde lo ecológico y la defensa de la vida, desde los derechos humanos, del compromiso de aprender a dar la respuesta de Dios, a la realidad de hoy.
Esta respuesta hay que darla juntos, porque sabemos que este no es un camino de solitarios, no es de gente estrella, sino que es de alguien que vive el amor y que es capaz de recibir amor, acogerlo, vivir de la mística del corazón, es una de las tareas místicas del ser humano, (las mujeres tienen mayor capacidad de acoger el amor), porque en muchas ocasiones da miedo ser tan amado, puesto que eso tiene consecuencias. Todos necesitamos volver a recibir amor, entrar en la profunda mística del corazón, porque cuando se comparte ese amor la comunidad se convierte en comunidad fraterna, porque la comunidad no está hecha de coincidencias, es una comunidad de historias, una comunidad hecha en base a utopías, donde todos compartimos el amor recibido por cada uno. Esto lo encontramos en el texto de Lc. “no ardía nuestro corazón cuando él nos hablaba”, los discípulos de Emaús acababan de compartir la experiencia vivida y eso les hace hermanos, compartir el amor recibido, les hace comunidad fraterna, a nosotros también: compartir la miseria nos hace misericordiosos, compartir trabajos nos hace compañeros.