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Desde Poitiers

 

 

 

 

 

En  junio pasado, llegué a Francia con el corazón lleno de alegría y esperanza.  Alegría, de encontrar a las hermanas con quienes viví en África; de compartir con las hermanas mayores que se han dado sin medida, porque el Amor de Dios sea conocido en el mundo (Roma, Chile, Perú, África, Asia, Bélgica…); la alegría de visitar los lugares históricos ss.cc., y la esperanza de renovar fuerzas, evaluar lo vivido, a fin de crecer en disponibilidad y capacidad de riesgo para continuar sirviendo a mi Congregación.

Desde mediados de septiembre soy asidua al Centro Teológico de Poitiers, como estudiante oyente participo de cursos, talleres, sesiones. También hago parte de “Poitou Partge” un equipo que catequiza personas minusválidas (jóvenes/adultos); los miércoles después de vísperas, junto a Marie-Thérèse (94 años) vamos al encuentro de la gente que se pasea en el parque Blossac. Con la ayuda de invitaciones a talleres, encuentros que nunca faltan en la Diócesis, nos acercamos, dialogamos y algunos nos invitan a visitarlos en sus hogares.  Como todo misionero, hemos tenido momentos “duros”, como aquella vez en que una señora nos “corrió” del umbral de su departamento. Mi colega estaba asustadísima, pero se recuperó del impase. Llevamos ya cuatro “viajes misioneros”.

En la comunidad somos cuatro hermanas: Elzbieta (Polonia), Martha (Canadá), Mari-Hélène (Francia) y yo.  La acogida cariñosa, la bondad, la apertura de las hermanas, me ha facilitado la adaptación a esta nueva realidad;  sobre todo, ha sido motivo de agradecer a Dios por las riquezas de nuestro Carisma. En el compartir diario aprendemos  a querernos, eso facilita el perdón, la reconciliación, el buen humor, valores indispensables en todo grupo humano, especialmente cuando este es internacional.

La vivencia del espíritu misionero de nuestras Hermanas mayores de la Grand’Maison, me sorprende y edifica. Mujeres entre 80 y 107 años, siguen dando vida y alegría según sus posibilidades. Ellas animan las Eucaristías y vísperas cada día. Aquellas que su salud les permiten tejen para un orfelinato en Madagascar; ayudan a planchar, doblar sabanas, servilletas, cortinas de la residencia que alberga 49 personas mayores (hombres y mujeres). Alguna hace la huerta, hemos disfrutado de frutas, tomates, etc. Con naturalidad se integran a las diferentes actividades programadas: lectura, juegos, pintura, caminatas, salidas,… A través del contacto, la cercanía, el dialogo con quienes comparten su actual estado de vida, y el cariño con el cual se preocupan y se ayudan unas a otras, siguen siendo testimonio del Carisma ss.cc., con aquellas que por la misión han aprendido español, podemos compartir en esta lengua. 

Entre la lectura de libros, la pastoral o en comunidad, me detengo para meditar mi vida y espontáneamente viene a mi mente y corazón el salmo 138. Sí, me llena de gozo y ternura constatar que viviendo una “realidad diferente”, me siento parte de ella. Los cursos que podían haber sido fuente de inquietud, son ocasión para agradecer la formación recibida.

El Señor, a través de la Congregación, me ha cuidado, me ha formado (Ecuador, África, Francia) y lo sigue haciendo, le doy gracias por ello y pido su gracia y sus oraciones, para continuar sirviéndole con valentía y generosidad.

Que nuestra consagración nos haga próximas a nuestros hermanos perseguidos, torturados, víctimas de la violencia y la enfermedad.  Al pie del Señor nuestro espíritu misionero se fortalece.

Con cariño y unidas en los SS.CC.

Norma Naula, ss.cc.

Octubre, 2014

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